viernes, 4 de enero de 2013

Amores kamikaze


A lo largo de mi vida ha quedado demostrado que, si estoy en una habitación y en esa habitación hay una persona capaz de convertir mi vida en un infierno, la encontraré enseguida, desearé que se ponga hablar conmigo, me sentiré como si hubiese encontrado la pieza que faltaba a mi puzzle, empezaré a fantasear y a ver imágenes de los dos despertándonos juntos, de nuestros hijos, de nuestras tumbas contiguas dentro de cincuenta años, y encima creeré que eso es lo que quiero. Por algún motivo que desconozco, Dios ha hecho que las personas que me atraen estén locas. Pero como resulta que no creo en Dios, imagino que en realidad es una de esas circunstancias de la vida que algo tienen que ver con la forma en la que me crié.
La gente con la que trabajaba se refería a veces a cierto tipo de personas como “Amores para A”. Así de grave era la cosa.
Si tenía pinta de haberse escapado del frenopático local, ahí estaba yo. A lo largo de los años he tenido una serie de parejas capaces de pasar de la risa histérica al llanto desconsolado en cuestión de segundos.
Woody Allen tenía un nombre para esas personas y lo expuso en la película Maridos y mujeres. Para él son “amores kamikaze”, porque no sólo son autodestructivos sino que además se estrellan contra ti y te arrastran en su caída.
Tomemos, por ejemplo, a la novia que tuve a los tres años de estar viviendo en Londres, el equivalente a mi Vietnam personal. Es como el dicho, supongo: lo comido por lo servido. Si quieres estar con una persona interesante, sensible y de temperamento artístico, la sensibilidad implica por lo general que sea sensible en una serie de cuestiones con las que no habías contado. Hoy en día mi Vietnam y yo volvemos a ser amigos y podemos reírnos juntos de la pesadilla emocional que fue nuestra relación, pero sigue sin ser un plato recomendable, como suelen decir los camareros cuando un cliente pide un plato muy picante que le dejará hecho polvo al día siguiente.
Un día estaba enamorada de mí y al día siguiente no estaba segura de haber dicho la última palabra con su ex novio y volvía con él, solo para regresar a mi lado al cabo de un par de días. Era un carrusel vertiginoso y agotador. El novio de antes de su ex novio la llamó una noche para anunciar que se casaba, y ella me llamó enseguida para que fuese a consolarla, pese a que el día antes me había dicho que no quería ni verme (evidentemente fui a su casa y la consolé). Por su cumpleaños le escribí una canción, “Manchester Girl”, convencida de que era lo más bonito y auténtico que podía regalarle. No le gustó nada.
Aún así, cuando cortó conmigo me dejó destrozada.


- "Cosas que nuestros nietos deberían saber"


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